Xena, Gabrielle, Argo y todos los demás personajes que aparecen en la serie Xena: Princesa Guerrera son propiedad exclusiva de MCA/Universal y Renaissance Pictures. No se ha pretendido infringir ningún copyright al escribir este relato.
Título: Abstinencia
- Vaya, vaya, ¿qué tenemos aquí? - murmuró Gabrielle en la penumbra nocturna, pasando una mano por debajo del brazo de Xena, a la luz de la luna llena. Ambas se hallaban acostadas sobre una misma manta, Xena vuelta de espaldas a Gabrielle, que la abrazaba por detrás.
- Estate quieta, por favor... - se revolvió Xena, con un ligero tono de disgusto en su voz. La mano de Gabrielle, que se había deslizado hasta el pecho de su compañera, perdió su objetivo.
- Vamos, no te hagas de rogar, Xena... - insistió la rubita, haciéndole ahora cosquillas en la cintura, al tiempo que besaba su cuello. - Ha sido un día duro, de acuerdo, pero por eso mismo...
Sus palabras se detuvieron de repente, puesto que Xena se revolvió con mayor firmeza. De hecho, se volvió sobre la manta y le dio a Gabrielle un empujón.
- ¡He dicho que te estés quieta! No me apetece, ¿vale? - le reprochó, sus ojos brillando con un intenso azul a la luz de la luna.
- Está bien, está bien... - respondió, entre sorprendida y enfadada. - Buenas noches pues.
- Buenas noches. - añadió Xena tan sólo, volviéndose de nuevo. Gabrielle hizo lo propio y ambas quedaron espalda con espalda. Al rato, ambas estaban dormidas.
*
- Mmmm... sí, sí, Xena...
Gabrielle estaba medio dormida, aunque despertándose poco a poco. Se hallaba entre los brazos de Xena, las dos muy juntas a la indistinta y grisácea luz de la mañana siguiente. En medio de su sueño, se habían vuelto cara a cara y se habían abrazado.
Xena se hallaba también en pleno duermevela, aunque al escuchar los murmullos de su compañera se despertó de repente. Entonces abrió los ojos del todo, encontrándose con los de Gabrielle muy cerca de los suyos, entrecerrados.
Gabrielle despertó también de repente, aunque no por casualidad. Xena, al verla tan cerca de ella, puso cara de sorpresa y la empujó lejos de sí. Gabrielle parpadeó sorprendida al sentir aquel empujón que la había lanzado algo lejos de su compañera.
- ¿Eh? ¿Qué pasa? - masculló, desorientada al ser sacada de su sueño tan de repente.
- Nada. Has debido de soñar... - dijo Xena, poniéndose en pie con expresión hosca y sin mirarla directamente.
- ¿Oh? Sí, creo que... Pero... ¿Me has empujado?
Xena desvió de nuevo la mirada con expresión culpable, al tiempo que se colocaba su armadura sobre el vestido de cuero que había usado para dormir. Cuando ya parecía que no diría nada, respondió.
- Es posible, perdona. Ahora prepara el desayuno, por favor. Es mejor que nos pongamos en marcha pronto.
Gabrielle quedó con la boca abierta, pues no pudo llegar a responder. Xena se había marchado hacia el bosque, a cazar tal vez, sin dar mayores explicaciones.
*
El día fue mucho más tranquilo que el anterior. Ni asaltantes, ni complicaciones de ningún tipo. En consecuencia, aún era de día cuando volvieron a acampar. El rojizo sol poniente se reflejaba sobre un lago en calma, en un espectacular ocaso de dorados y malvas. Un lugar perfecto para acampar, se dijo Gabrielle mientras extendía la manta sobre un suelo mullido de verde y húmeda hierba.
Xena estaba algo alejada, junto al lago. Gabrielle la miró, sonriendo con picardía. Sentada, se quitó su falda y botas, y tras un momento de duda, también su verdoso sujetador. Entonces regresó Xena, llevando los cacharros. La miró con una extraña expresión, entre la sorpresa y el desprecio.
- ¿Qué haces? ¿Por qué te has quitado la ropa? Si siempre duermes vestida...
- Bueno, parece que la noche va a ser suave, ¿no? Además, siempre puedo calentarme de otra forma... - respondió Gabrielle, sonriendo con picardía y metiéndose bajo la manta.
- Tú sabrás. - dijo Xena, aún de pie. Entonces cogió otra manta, se la echó al hombro y se fue a dormir tras los árboles, algo alejada.
Gabrielle quedó sentada, la manta caída sobre su regazo, mientras su expresión mostraba un intenso desconcierto.
*
Ayudándose en su cayado, Gabrielle caminaba en un obstinado silencio junto a Argo. Xena, sobre la yegua, se mantenía igualmente callada, sin dignarse a mirarla.
¿Qué demonios le pasará?, se preguntaba Gabrielle. Dos noches seguidas a pan y agua... Esto es muy extraño La rubia meneaba la cabeza, sumida en sus pensamientos, casi hablando sola. ¿Se estará cansando de mí? ¿O tal vez...? No, no creo, apenas hemos visto a nadie últimamente
- Xena, ¿a dónde nos dirigimos? - le preguntó, de repente.
- ¿Mmm? - la guerrera también parecía haberse sumido en sus propias cavilaciones. - Oh, vamos a Tegea.
- ¿A Tegea? - Gabrielle se volvió para mirarla, extrañada. - ¿Qué hay allí?
- Nada, nada. Tengo una cosa que hacer allí, eso es todo.
- ¿Me lo cuentas? - La voz de Gabrielle mostró un tonillo de sospecha. Sin embargo, Xena no pareció captarlo, puesto que respondió tan solo:
- No hay nada que contar.
Semejante respuesta, dicha en un tono cortante, las volvió a sumir en el silencio. Durante el resto del camino se mantuvieron así, hasta que se aproximaron a una aldea.
- Xena, nos quedan pocas provisiones. - empezó Gabrielle, en un tono que quiso ser casual. - ¿Te parece si voy a hacer unas compras aquí?
- Tenemos de todo, ¿no?
- No creas, nos vendrían bien un par de cosillas. - insistió.
- Uhm, si tú lo dices... Pero date prisa, no quiero retrasarme en llegar a Tegea. ¿Te acompaño?
- No, no, ya iré yo. - respondió Gabrielle, tal vez de forma algo más sospechosa de lo que había pretendido. Sin embargo, Xena no pareció reaccionar, pues dijo tan solo:
- Está bien, te aguardaré a la salida de la aldea.
*
- Espero que su compra sea de su agrado. - dijo, solícito, el comerciante a la puerta de su establecimiento.
- Sí, sí, muchas gracias, es muy bonito. - agradeció Gabrielle, algo incómoda, terminando de cerrar su mochila y cargándosela al hombro.
- También espero que sea del agrado de su esposo. - insistió el hombrecillo, guiñándole un ojo para dar un sentido más evidente a sus palabras.
- Sí, eso espero. - terminó Gabrielle, sin la menor intención de sacar al hombre de su error. En cambio, dio media vuelta y se apresuró hacia la salida de la aldea. Allí Xena la esperaba con aspecto impaciente, con sus brazos cruzados y dando golpecitos contra el suelo con la punta de una de sus botas.
*
- Quiero llegar a tiempo a Tegea. - respondió Xena a la anterior pregunta de Gabrielle.
- Pero ya es casi de noche. Tendremos que acampar. - insistió ella, deseando tener tiempo y tranquilidad para poner en práctica sus planes.
- Está bieeeen... - se rindió Xena. - Pero nada de hogueras ni cenas. A dormir, que mañana hay que levantarse pronto.
Dicho esto, cogió una manta de las alforjas de Argo y se la lanzó de forma descuidada a la bardo, que la recogió al vuelo justo antes de que se estrellase contra su cara. Aquello no era lo que había previsto, aunque tendría que adaptarse a las circunstancias, se dijo. Xena ya se había quitado su armadura y se había enroscado en una manta, lista para dormir. Gabrielle, en cambio, se deslizó detrás de unas matas, con su mochila al hombro.
- Vennn Xena, amor... Te necesito tanto... - le susurró al poco, acostándose a su lado. Sus caricias y besos despertaron a la adormilada guerrera, que se revolvió soñolienta.
- Déjameee Gabr...
Las palabras se detuvieron en seco, en cuanto Xena vio a la rubia muchacha a su lado. Sus ojos se pusieron como platos al contemplarla. Gabrielle lucía un sorprendente camisón rosa, corto y escotado, con pequeños volantitos. Las dos se miraron por unos instantes en un tenso silencio, hasta que de repente Xena estalló en ruidosas carcajadas.
- ¡¡Juajuajuajuaaa!! Pe-pe-pero, ¿¿qué es estooo?? Ayyy Gabrielle... Se te ocurre cada cosa... jajajajaaa...
Su interlocutora quedó callada, su boca abierta de sorpresa. Entonces el tono de su cara fue enrojeciendo, hasta alcanzar un rabioso color tomate en sus encendidas mejillas, bien visible incluso a la pobre luz del anochecer.
Entonces reaccionó, poniéndose en pie. Por unos instantes su boca se movió, aunque no salían palabras de ella, hasta que encontró algo adecuado que decir.
- ¡Ya me tienes harta! Me vuelves loca, no me haces caso y ¡encima te ríes de mí! Yo sólo quería animarte un poco... - La expresión indignada de Gabrielle parecía a punto de transformarse en unos enojados pucheros.
- Vamos, cálmate Gabrielle. - dijo Xena, tratando de serenarse. Por un momento lo consiguió, mirando a Gabrielle con cierta apreciación. - La verdad es que estás muy... pfff... mona... ¡Juajuajuaajuaaaaaa!
La guerrera no conseguía calmar sus carcajadas, pese a que evidentemente lo intentaba mientras se agarraba el estómago y retorcía sobre su manta. Gabrielle, por su parte, acabó por agarrar la suya con violencia, dando media vuelta para acostarse a cierta distancia. La princesa guerrera la miró primero con aspecto de estar aún reprimiendo la risa, luego con algo de pena, y al final, cuando ya se había acostado dándole la espalda, con indudable deseo en sus ojos de intenso azul.
*
A la mañana siguiente, el camisón rosa ya no se veía por lado alguno. Gabrielle estaba vestida de nuevo con su ropa habitual. No intercambiaron palabra en todo el rato, pues la rubia muchacha se mantuvo en un obstinado silencio, lanzando hoscas miradas de reojo a la guerrera.
Xena marchaba delante junto a Argo, seguida por Gabrielle. Esta se mostraba claramente enfurruñada, pese a las cálidas miradas que de vez en cuando le dirigía Xena por encima del hombro. Al fin, ya avanzado un día de silenciosa marcha, Xena se detuvo, de forma que Gabrielle se estrelló contra su espalda. Había estado caminando cabizbaja, mirándose los pies.
- Perdón. - dijo tan sólo.
- Nada de perdón. Ven aquí. - Xena pasó un brazo por el hombro de Gabrielle y la atrajo hacia sí, reemprendiendo una marcha algo más lenta al tiempo que le seguía hablando. - Perdóname tú. He sido muy desconsiderada. Lo siento.
Pareció que Gabrielle se mantendría en silencio, pero al fin levantó la vista y abrió la boca, hasta entonces cerrada en una fina y apretada línea.
- ¿Qué pasa, Xena? ¿Ya no te gusto? ¿Es eso?
- Claro que me gustas. Me gustas... - una apreciativa e intensa mirada hacia abajo reforzó sus palabras. - ... mucho. Creo que más que nunca...
- Entonces, ¿por qué no... no quieres tocarme?
- Te estoy tocando, ¿no es así? - Xena sonrió al tiempo que apretaba su brazo, acercando a su compañera aún más a su lado. Gabrielle pasó entonces su brazo en torno a la cintura de la guerrera. - Es tan sólo...
Xena no continuó. Gabrielle esperó, hasta que al fin fue ella la que rompió el silencio.
- Tan sólo ¿qué? Dime qué te ocurre, Xena. - Mientras pronunciaba estas palabras, se había situado delante de Xena, obligándola a detenerse y abrazando su cuerpo con ambos brazos. Su boca estaba muy cerca de la de ella.
- Nada, nada... - Xena volvió la cara, con una mirada enigmática en sus ojos. - Es mejor que no te cuente... Hazme un favor, déjalo, ¿vale?
- Está bien. - Gabrielle, pese a que se sentía cada vez más desconcertada y ofendida por la actitud de Xena, volvió a bajar la cabeza y entonces reemprendieron la marcha.
*
El camino las condujo hasta la ribera de un río. Era mediodía, y hacía un calor intenso y sofocante. Gabrielle se volvió entonces y se dirigió hacia el río, sonriendo.
- Vamos a parar un rato, ¿eh, Xena? - le gritó en la distancia creciente. Su sonrisa se hizo pícara y se volvió en su carrera. - ¡Vamos a darnos un baño! ¡Estoy cubierta de sudor y polvo, y seguro que tú también!
Xena se mantuvo en el camino, con una expresión de impaciencia y fastidio. - ¡No tenemos tiempo! - le gritó.
- ¡Vamos, seguro que hay tiempo para darse un baño! - Gabrielle se sentía cada vez más animada. Ya estaba harta de obedecer siempre y no recibir explicaciones. Voy a comprobar si hay algo de verdad en lo que me ha dicho, murmuró para sí mientras corría hacia el río.
En cuanto alcanzó la orilla se detuvo, dejando su mochila sobre el suelo. Ignorando deliberadamente a Xena, como si no estuviera allí, se fue quitando la ropa con lentitud. Sentía la mirada de Xena clavada en su desnuda espalda, y aquello la hacía sentirse aún más juguetona. Se inclinó poco a poco, en lugar de acuclillarse, en lo que esperaba fuera una postura seductora. Así, sin prisas, cogió la pastilla de jabón de su mochila y se dirigió hacia el río.
Este no era muy profundo. Por tanto, cuando el agua le llegaba apenas a las rodillas se detuvo, dándose la vuelta. Se sintió muy satisfecha al ver a Xena. Esta seguía junto a Argo, de pie aunque algo más cerca de la orilla, y la miraba con intensidad.
- ¡Vamos, Xena, ven! ¡El agua está deliciosa, seguro que te apetece!
Xena dijo algo, pero tan bajo que no pudo oírla. Entonces se aclaró la garganta y gritó en voz más alta, aunque algo ronca:
- No, no, gracias. Y date prisa, por favor...
Gabrielle torció el gesto ante la renuencia de Xena, pero no tardó en animarse de nuevo. Si era aquello lo que quería, se lo daría. A ver cuánto aguantaba...
Sonriendo con lascivia, se sentó en el agua, humedeciéndose el cuerpo con las manos ahuecadas. Sin dejar de mirar a Xena a los ojos, empezó a enjabonarse el cuerpo, despacio, acariciándose. No era cierto que el agua estuviera agradable; resultaba algo demasiado fría. Sin embargo, era revitalizante, como mostraban su carne de gallina y sus erectos pezones. Como descuidadamente, Gabrielle se los pellizcó con suavidad, al tiempo que se enjabonaba los pechos.
Xena, por su parte, no dejaba de mirarla, como hipnotizada, si bien no hizo el menor movimiento en su dirección. Gabrielle, de repente, rompió el contacto visual y dijo:
- Muy bien, Xena. Tú vigila, por si viene algún asaltante... No querrás que alguien me haga algo malo mientras estoy aquí, indefensa... - y al terminar la frase la volvió a mirar. Comprobó entonces que Xena se estaba lamiendo el labio superior. Sonriéndole descaradamente, Gabrielle se puso en cuclillas y empezó a enjabonarse los muslos, despacio... Se estaba acariciando su propio cuerpo con deleite, fijándose por un momento en él, cuando al levantar de nuevo la vista, vio que Xena había dado media vuelta y se marchaba.
En esta ocasión fue el turno de Xena de mantenerse en un malhumorado silencio. Tras haberse secado y vestido con bastante más prisa, Gabrielle la alcanzó en el camino. Esta, con su habitual desparpajo, intentó hacer hablar a la guerrera, pero al fin tuvo que desistir pues se negaba a decir palabra. De esta forma, continuaron su camino de nuevo en silencio.
Me he quedado sin saber por qué demonios tenemos tanta prisa por llegar a Tegea, se dijo Gabrielle, contemplando a la guerrera caminando ante ella. Claro que tampoco sé por qué se niega a acostarse conmigo, continuó, por lo bajo, para sí misma. Se detuvo entonces en seco, pues una idea desagradable había irrumpido en su mente. ¿No habrá alguna relación entre las dos cosas? La duda había invadido a la rubia bardo, que se apresuró por alcanzar a la mujer ante ella, puesto que había seguido caminando a buen paso. ¿A quién iremos a ver a Tegea? ¿Tal vez se trate de alguna persona? ¿Un hombre...? Los celos habían acabado con los restos de buen humor de Gabrielle. Se acercó entonces al lado de aquella hermosa mujer, que insistió en ignorarla. De esta forma, pudo examinarla a sus anchas, de reojo. La princesa guerrera parecía acalorada. Gotitas de sudor perlaban su frente, sus mejillas se veían enrojecidas, su respiración parecía agitada. El ritmo de paso que llevaban era rápido, aunque sabía bien que aquello no explicaba su estado. Además, aquel músculo de su cuello, aquel músculo rebelde que Gabrielle conocía de masajearlo tantas veces, estaba más tenso que nunca. Xena parecía... ansiosa. Gabrielle torció el gesto, preocupada.
*
Una vez llegaron a Tegea, se dirigieron hacia una posada, una buena para variar. Gabrielle entró mientras Xena acomodaba a Argo en el establo, y se dirigió al posadero.
- Una habitación con cama de pareja. - le pidió, con su habitual naturalidad en estos casos. Sabía que era mejor hablar claro; así se ahorraba dar explicaciones después.
- No, una habitación con dos camas individuales, por favor. - escuchó a Xena por encima de su hombro; se había deslizado en silencio tras ella. Gabrielle se volvió, enfadada y dispuesta a montar toda una escena, cuando se encontró con la mirada. Esta tuvo su habitual efecto, reduciendo a la bardo a un hosco silencio. El posadero, por su parte, las miró alternativamente, primero a una y luego a la otra, preguntándose sin duda a qué carta quedarse.
- Dos camas. - concluyó Xena, terminante. El posadero sonrió, asintiendo, tal vez divertido ante aquella curiosa confrontación de pareja. Gabrielle se limitó a resoplar, descargando así parte de su enojo, y se marchó hacia la habitación. Una vez en ella y ya a solas e instalándose, hizo un nuevo intento de sacar a Xena de su mutismo.
- Está bien, Xena, - le dijo, seriamente - al menos dime: ¿Qué hemos venido a hacer aquí, con tanta prisa?
Xena pareció dudar. Miró a un lado y a otro, eludiéndola a ella. Sin embargo, al fin habló.
- Mira Gabrielle, es mejor que dejemos eso, de momento. Mañana iré a hacer una cosa, y temo que tú no puedes venir. Me esperarás aquí, y a la vuelta te prometo que todo se aclarará, ¿de acuerdo?
Al fin se miraban a los ojos. De hecho, Xena estaba frente a ella, contemplándola con intensidad al tiempo que tenía una mano sobre su hombro. Todo aquello le produjo a Gabrielle las más intensas sospechas. Pese a ello, asintió con fingida humildad.
- Está bien, Xena. Lo que tú digas... como siempre. - Esto último lo dijo por lo bajo, aunque sin duda Xena pudo oírlo perfectamente. Sin embargo, no respondió al sarcasmo, y al poco rato las dos ya se habían preparado para dormir... en camas separadas.
Según todas las apariencias, las dos pasaron muy mala noche. Gabrielle apenas logró conciliar el sueño, preocupada. Su mente daba tantas vueltas como su propio cuerpo en la cama. La asaltaban las ideas más descabelladas: Xena citada con un hombre, compartiendo con él la cama que ella había querido para ellas dos. Xena marchándose al día siguiente con él, mientras ella esperaba, esperaba y esperaba, abandonada. Con aquella clase de pensamientos rondando por su mente, no era de extrañar que le resultase imposible dormir.
Xena, por su parte, tampoco parecía disfrutar del descanso. Gabrielle se daba cuenta de ello, estando también desvelada. Su compañera parecía salir y entrar de un sueño inquieto, cambiando de forma violenta y repentina de postura en la cama, como ella sabía que solía hacer. Sin embargo, aquella noche parecía aún más inquieta de lo habitual. Al fin y al cabo, no tenía a su lado un cuerpo al que aferrarse, que Gabrielle sabía que era lo que solía calmarla cuando pasaba mala noche. Aquel cuerpo solía ser el suyo, se dijo la bardo con amargura, también sola en su cama. Cada vez se sentía más tentada a deslizarse dentro de la cama de la guerrera, para calmarla con sus caricias, pero sabía lo que ocurriría si lo hacía. Por lo tanto, se contuvo. Además, notó que Xena empezaba a murmurar en sueños.
- Sí... sssí... abrázame...
La tentación se le hizo a Gabrielle aún más intensa al escuchar estas palabras. Sin embargo, prefirió seguir atenta.
- Mmm... por favor, te necesito tanto... te he estado deseando tanto tiempo...
Gabrielle sintió cómo, en la oscuridad de la habitación, la cara se le ponía mortalmente pálida al tiempo que se le helaba la sangre en las venas. Sus sospechas... Xena parecía desear a alguien que no podía, o había podido tener... al menos de momento. En consecuencia, no se refería a ella, sino a alguna otra persona. Los dioses sabían que la había tenido a su entera y entusiasta disposición por todo aquel tiempo. Y sin embargo, la guerrera se había negado obstinada y repetidamente a tocarla, pese a todas sus provocaciones. En la oscuridad, y escuchando los tenues murmullos en la cama contigua, Gabrielle tomó una decisión: Al día siguiente averiguaría qué era lo que ocurría, le gustase a Xena o no.
*
A la mañana siguiente, y ya levantadas y vestidas, las dos se despidieron a la puerta de la posada. Gabrielle asintió de nuevo cuando Xena le repitió que no podía acompañarla y que debía esperar allí. Agachó la cabeza en mudo asentimiento, viendo al fin a Xena alejarse entre el gentío. Entonces, justo cuando casi se había perdido de vista, empezó a seguirla.
Lo hizo lo más discretamente que pudo, y según todas las apariencias, no fue percibida. Xena no callejeaba, sino que parecía dirigirse a algún lugar concreto, recta como una flecha, apartando de su camino a los viandantes. Al fin, sin mirar atrás, se internó en un establecimiento público.
Tegea no era una gran ciudad, aunque sí lo bastante cosmopolita como para disponer de unos baños romanos. Xena había entrado en el sector femenino de ellos. Aquello hizo reflexionar a Gabrielle. ¿Se habría citado con una mujer? Ella sabía que aquellos lugares eran perfectos para un encuentro de aquel tipo, pues los baños romanos tenían tanto secciones públicas como privadas, donde dos o más personas podían disponer de una completa intimidad. Además, Xena se había negado hacía poco a bañarse, pese a que sin duda lo necesitaba. ¿Por qué ahora, precisamente ahora y sin ella, entraba en aquel lugar?
Todo aquello la hizo dudar. No se decidía... Estuvo largo rato en la calle, indecisa, hasta que al fin concluyó que no había más alternativa: entraría y averiguaría lo que fuese. Con una sensación de duda y temor, Gabrielle entró en el establecimiento.
En el vestíbulo, una mujer gruesa y de mediana edad la miró de arriba abajo y se limitó a cobrarle la entrada, entregándole una toalla. Puesto que no sabía dónde estaba Xena, Gabrielle no hizo preguntas, sino que se desvistió en el vestíbulo y se cubrió con la toalla.
El lugar disponía de un amplio frigidarium, o piscina de agua fría, rodeada de más pequeños cubículos caldarium, provistos de vapor y agua caliente para las bañeras. Algunos de los caldarium se encontraban cerrados, de forma que no había una manera discreta de saber quién se encontraba en ellos. Gabrielle dudó, hasta que vio que la gente dejaba húmedas huellas en el pavimento. Le bastó seguir las huellas más grandes, en el convencimiento de que serían las de Xena, hasta que la condujeron hasta una puerta cerrada.
No se oía nada... Sin embargo, las puertas eran gruesas. Lentamente, empujó la puerta, asomándose al resquicio... Su respiración era agitada; temía lo que pudiera estar pasando allí. Sin embargo, parecía que no había nadie más que Xena. Esta se hallaba inmersa en la bañera, que desprendía una gran cantidad de vapor. Gabrielle dejó su toalla a un lado y se internó con cautela en el interior de la estancia.
Xena se encontraba vuelta de espaldas a la puerta, metida hasta el cuello en el agua. No parecía haberla oído. Gabrielle sonrió con picardía, y decidió que la pondría a prueba. Cogiendo una jarra llena de agua caliente, se colocó tras Xena, dejando caer el agua con delicadeza por el hombro de la mujer.
- Mmm... gracias... - musitó esta tan sólo. Aquello era curioso, se dijo Gabrielle. Decidió ir un poco más allá, y colocó sus manos sobre el tenso cuello, masajeando los rígidos músculos con tanta suavidad como firmeza.
- Ohhh, sí, gracias, lo necesitaba... Ha sido una semana horrible... sí, sí, mmmm...
La guerrera se deshacía entre sus manos, sin volverse ni preocuparse por comprobar a quién debía aquellas atenciones. Gabrielle se lamió los labios y dejó resbalar sus manos hacia abajo, por delante de Xena. Despacio, al fin atrapó aquellos deliciosos pechos, acariciándolos con suavidad, en lentos círculos.
- Ohhhh... mmmh... - Xena se estaba mordiendo el labio inferior, cuando de repente abrió del todo los ojos, hasta entonces entrecerrados, y se puso en pie de un salto. Se volvió en redondo, al tiempo que exclamaba:
- ¿¡Pero qué demonios!?
Al verla, su expresión de sorpresa aumentó nada más reconocerla.
- ¡Gabrielle! ¿Qué haces aquí? - Xena parecía ofendida, o preocupada tal vez.
Gabrielle, por su parte, no sabía qué pensar. La reacción final de la mujer parecía descartar sus teorías sobre una cita, aunque la cosa no estaba nada clara. Al fin decidió ser descarada, puesto que parecía la mejor forma de disimular su desconcierto.
- Estoy aquí porque te necesito. Seamos claras, Xena. A menos que hayas decidido dejarme, yo tengo mis necesidades. Me has estado ignorando durante mucho tiempo, sin ninguna explicación. Necesito... Te necesito... - En ese punto hizo una pausa, pasando una mirada por el cuerpo desnudo de Xena ante ella. - ¿Acaso tú no me necesitas? - Entonces reparó en su propio cuerpo, tan desnudo como el de ella, cubierto de gotitas de sudor y vapor, algo enrojecido por el calor reinante. Se pasó ambas manos por sus costados, desde sus pechos a sus caderas, como para reafirmar sus palabras. - Vamos, decídete....
La respiración de Xena, ya agitada, se fue acelerando. Su boca entreabierta mostró sus dientes, en una expresión entre excitada y furiosa. La miró a su vez de arriba abajo, como meditando las palabras que acababa de pronunciar. Cuando Gabrielle ya esperaba deseaba que se lanzase sobre ella, lo que hizo fue agarrarla por un brazo y arrastrarla fuera del cubículo.
- Maldita seas... - Xena estaba definitivamente furiosa. - Tus necesidades, ¿eh? No sabes la que me has hecho pasar... Ya está bien, estoy harta...
Mientras mascullaba esto, la seguía arrastrando, hasta que llegaron al borde de la piscina del frigidarium, donde exclamó:
- ¡Esto es lo que tú necesitas! - y acto seguido la lanzó a la piscina de agua helada.
Gabrielle sintió que todo el aire escapaba de sus pulmones en medio de un aullido incontenible. El contraste entre el vapor y aquel agua gélida la dejó desorientada por un instante. Entonces, justo cuando su cabeza emergió, escuchó un cercano pluf. Sorprendida, vio que Xena se había lanzado a su vez al agua, sufriendo la misma impresión y lanzando similar grito.
Sin embargo, no hubo momento de tregua ni explicación. Xena salió de inmediato de la piscina, y Gabrielle se apresuró a seguirla, extrañada ante su comportamiento. En cuanto salió del agua, Xena la volvió a agarrar por la muñeca, arrastrándola hasta el vestíbulo. Una vez allí, la lanzó hacia sus ropas, al tiempo que le decía:
- ¡Ya me tienes harta! ¿Quieres saber lo que pasa? Muy bien, ¡vístete! Iremos juntas, y entonces lo sabrás todo. ¡Todo!
Acobardada, Gabrielle se vistió a toda prisa, secando apenas sus húmedos cabellos. Xena también se vistió, de forma que al poco la estaba arrastrando de nuevo, esta vez por las calles llenas de tenderetes.
Apenas lograba mantener su velocidad, aunque tiraba de ella con fuerza. Parecía muy enojada, y Gabrielle no se atrevía a decirle nada. De repente, se estrelló contra su espalda, pues se había detenido frente a un tenderete. Con gestos y palabras bruscos, Xena compró un gran pescado sin apenas regatear, y cogiéndolo por la cola con una mano, y arrastrándola a ella con la otra, continuó su apresurado camino.
Al fin subieron por la escalinata de un pequeño templo. Era uno pequeño y lúgubre, y su sala cavernosa se encontraba vacía. Allí, ante la repentina oscuridad en contraste con la luz de la calle, Gabrielle parpadeó desconcertada. Xena, por su parte, la soltó al fin y depositó el pescado sobre el altar. Acto seguido, encendió una vela con otra e hizo los gestos rituales de la ofrenda.
Hasta ese momento la había ignorado, concentrada en el altar. Sin embargo, entonces se volvió de repente, y Gabrielle pudo ver, pese a la oscuridad del lugar, el intenso brillo de sus ojos. Despacio, paso a paso, se dirigió hacia ella, con una extrañísima expresión en su cara. Aquello la acobardó, pues no se sentía capaz de decidir si Xena mostraba enojo, odio o excitación de algún tipo. Como por voluntad propia, sus pies se fueron alejando, mientras la oscura guerrera avanzaba hacia ella a igual ritmo.
Rápida como un rayo, la rodeó, obligándola a darse la vuelta para no perderla de vista. Había cerrado las enormes puertas del templo, que se juntaron con un ruido cavernoso y siniestro. Estaban a solas en aquel tétrico lugar, ya sólo iluminado por la temblorosa luz de las velas.
- Me... - Xena se aclaró la voz al sentirla ronca, y prosiguió. - Me has dado la peor semana de mi vida. ¿Quieres saber qué es lo que me pasaba?
Gabrielle sintió un nudo en la garganta, aunque al menos logró reunir el coraje suficiente para asentir con la cabeza.
- Muy bien, te lo contaré... Hace una semana, se me apareció Solan, mi hijo, en sueños. ¿Sabes lo que me dijo desde el reino de los muertos?
En respuesta, sólo logró tragar y menear la cabeza.
- Pues me dijo que se me iba a aparecer Hades, el dios de los muertos, con una oferta. Una oferta... sencilla.
En ese momento, Gabrielle notó que Xena volvía a avanzar paso a paso hacia ella. Sus manos se hallaban crispadas a sus costados, en una postura un tanto amenazadora. Ella volvió a retroceder al mismo ritmo, ahora hacia el altar.
- Hades me dijo que mi hijo iría a los Campos Elíseos, al mejor lugar al que se puede ir tras la muerte, si tan sólo le hacía antes de una semana una ofrenda en su templo de Tegea, en condiciones de pureza ritual... Tú sabes en qué consiste la pureza ritual, ¿no es así?
Lo sabía. Había que acudir ante el altar limpia de cuerpo, y sin haber... Gabrielle tragó. Sin haber mantenido relaciones sexuales desde la última luna llena. Vio que Xena se daba cuanta de su comprensión, y la cara que puso la asustó aún más. Sin embargo, logró preguntar, con un hilo de voz:
- Pe-pero Xena... ¿Por qué no me lo dijiste?
Xena mostró sus dientes, en una salvaje sonrisa.
- Esa fue la única condición que Hades me puso. Le comenté que sería sencillo, y él me dijo que no debía contarle el asunto a nadie, hasta después de hacer la ofrenda... Se rió mucho cuando le dije que sería fácil. El muy... Supongo que ya se imaginaba lo que me esperaba. Me has hecho pasar la semana más horrorosa de mi vida. Me has estado provocando, pinchando, tentándome todo el tiempo, mientras yo no podía tocarte ni contártelo. Te deseaba, te... Resistirme ha sido lo más difícil que he hecho en mi vida, y todo por tu culpa... Te voy a... Te voy a...
Gabrielle topó entonces con su espalda contra el altar. Xena se cernió sobre ella con su superior estatura. Sus ojos brillaban, sus manos se abrían y cerraban a sus costados, su pecho subía y bajaba al ritmo de su profunda respiración. Estaban solas en el recinto cerrado; Gabrielle se inclinó hacia atrás, al tiempo que susurraba:
- Xena... ¿Q-qué te ocurre? ¿Qué vas a hacer?
La expresión de Xena habló por sí misma: dientes apretados, labios separados y tensos, ojos muy abiertos, nariz dilatada para respirar con fuerza. Ante esto, con su último hilo de voz y defendiéndose con ambas manos ante su pecho, Gabrielle apenas logró decir:
- Xena... No te atreverás... En un lugar sagrado... No...
Contra toda esperanza, Xena todavía logró murmurar, por lo bajo aunque con voz tremendamente firme:
- Espero que aún conserves ese maldito camisón, porque ya te puedes ir despidiendo de la ropa que llevas puesta...
*
Cuando tras varias horas, las puertas del templo se abrieron por fin, a la calle salió una tambaleante Gabrielle, apoyándose en su cayado como si realmente lo necesitara. Iba vestida con los jirones de su anterior vestimenta, totalmente destrozada, y un ridículo camisón rosa encima para cubrir su desnudez, aunque aquello no parecía importarle lo más mínimo. Su pelo se hallaba en completo desorden, se veían algunos moratones por diversas partes de su cuerpo y su cara mostraba una sonrisa de estúpida felicidad, al tiempo que se la oía musitar entre dientes:
- Jeje... Anda que si llega a ser un templo del amor en vez de uno de la muerte...
(FIN)
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