Parte 4
CAPÍTULO XV
Permaneció de pie en el camino, la luna yacía en lo alto del cielo nocturno. Mantenía su espada desenfundada, frente a ella, lista. Había una ligera brizna que jugaba apaciblemente con su oscuro cabello. Escuchaba el silencioso mecer de la soga que sostenía la jaula, suspendida sobre ella. Trató con esfuerzo de no pensar en cuan espeluznantemente similar era esto a la horripilante pesadilla que la había sacudido no hace más de una hora. Se deshizo de este miedo creciente y se concentró en escuchar cualquier sonido inusual que le advirtiera de su cercanía. Fijó la vista en su espada, maldiciendo en silencio a Salmoneus. Si salía de esto viva se aseguraría en persona de ……. sacudió su cabeza para detener tales pensamientos trágicos y se forzó a permanecer enfocada en la tarea empezada. Enfócate Xena, enfócate, se preparaba. Usualmente el prospecto de una confrontación la entusiasmaba, sacaba su espíritu de guerra. Pero estaba asustada. Su sueño había sido tan real, y no había podido sacárselo de la mente. Hades, maldecía por dentro. Estaba perdiendo el control. Princesa Guerrera Mística. Princesa Guerrera de los Sueños. Princesa Guerrera …. Escuchó un sonido proveniente del claro. Se quedo inmóvil y escuchó. Nada. Esperó. Nada. Estuvo a punto de tomarlo como cualquier animal del bosque, pero entonces lo escuchó otra vez. Era el sonido inconfundible de una rama cediendo, suavemente, ante el peso de algo grande.
*********
El sonido del agua corriendo hacia eco en sus oídos. Abrió sus ojos y pudo ver finalmente. Al fin sus sueños se realizaron, se levantó y se arrastró hasta el borde del agua. Se inclinó para beber de sus frescas profundidades y se fijó en su reflejo. Vio un demonio, y el demonio era él. Sonrió desquiziadamente, mientras bebía de la deliciosa corriente.
********
La observaba desde el oscuro refugio que le daba los arboles del bosque. La saboreó en la delicada brisa que cruzaba con suavidad a través de su hocico. Olfateó la sangre que recorría rápida en sus venas. Su lengua se deslizaba entre largos y filosos colmillos, como anticipando el sabor del líquido rojo y caliente en sus labios. Observó a su presa circular con calma, tan lentamente mientras se esforzaba por sentir a la bestia, tal como esta misma la sentía a ella. La sed de sangre hacia temblar su cuerpo agazapado, enrollado apretadamente sobre unas poderosas patas posteriores. Sus orejas podían oír el respirar de su presa y el latir de su corazón. Su visión se engrandecía al mirar ahora a través de su piel el rojo líquido que corría bajo su trasluciente cubierta. Su necesidad se hacía insoportable, alistándose para atacar y terminar con esta desquiziante hambre que estaba consumiendo su ser.
Xena sintió su presencia y supo instintivamente que estaba apunto de atacar. Le tomó sólo unos segundos para deducir su localización exacta y otros segundos más para escuchar el desvanecido latido de su corazón. Sus casi sobrenaturales instintos de batalla eran exquisitamente exactos, tanto como su espada, la alistó, aunque esperó no necesitarla. Hasta entonces, las cosas no podían ser más ideales. La bestia, juzgaba, saldría por ella, a través del camino, y sólo tenía que retroceder y cortar la soga para que la jaula caiga y atrape a su presa. Era casi demasiado fácil. Y esto era lo que la preocupaba, ya que en lo profundo de ella, tenía un verdadero mal presentimiento acerca de esto. Escuchó el inconfundible aceleramiento del corazón de esta, tensándose en anticipación de su depredador avance. Sonrió por dentro ante esto, ya que estaba segura de que no esperaba que el cazador sea la presa esta noche. De hecho, estaba arriesgando su vida en eso.
********
Olfateó el aire nocturno, mientras su hocico se levantaba hacia la luz de la luna, sus labios cedieron, revelando una mortal fila de dientes afilados. Olía a presa humana. Olía a mujer. Olía a ella. Se deslizó en silencio por el bosque, siguiendo la esencia, la sangre roja y ardiente pulsaba ahora por sus venas. Aceleró su paso, al sentir que la esencia de ella se incrementaba.
********
Los ojos de Xena se abrieron ligeramente al verla lanzarse desde los arboles. Era enorme y mortalmente rápida. Admiraba su agilidad, que contrastaba con los inmensos miembros que abrigaba afiladas garras. Casi estaba sobre ella antes de que pudiera hacer su movimiento, estaba levemente sorprendida. Dio un paso atrás y alzó su espada para cortar la soga. Entonces sus ojos se abrieron en espanto, al sentir unas garras cortar su espalda.
*******
Gabrielle caminaba de un lado a otro. Salmoneus se sentía mareado. Todos observaban a la joven rubia ir a una esquina del cuarto, sacudir su cabeza, y regresar otra vez. Ya nadie hablaba. La tensión creciente de este insano caminar hacia ningún lugar tenía el cuarto enfocado en un sólo punto. Todos movían su cabeza al unísono, de un lado a otro, de un lado a otro. Cuando la bardo hiciera una pausa para sacudir su cabeza, la multitud tomaba un sorbo de su copas, y luego el ritual empezaba otra vez. Sólo Nuktimos no observaba. Limpiaba las copas, de nuevo, frotaba ferozmente una mancha que no salía. Simplemente no salía.
La bardo se detuvo.
El cuarto quedo inmóvil.
Xena está en problemas – dijo. Cogió su báculo y se dirigió hacia la puerta – Debo ir hacia ella.
Salmoneus la cogió desde atrás. Ella meció su báculo con fuerza en un círculo e hizo sólido contacto con su quijada. Él cayó de golpe.
¡Salmoneus! – gritó. Se inclinó para ver que tanto lo había herido. – Oh, por los dioses …… , lo siento …… - tartamudeo.
¡Owww! – Salmoneus gruñía mientras se sentaba frotando su quijada.
Nunca JAMÁS te escabullas detrás de mí así otra vez – gritó.
No hay problema. – dijo mientras se paraba. – vaya giro el que tienes.
Me voy y no trates de detenerme – le advirtió. Volteó hacia la puerta, pero Nuktimos la estaba bloqueando.- ¡Sal de mi camino! – gritó.
Me temo que no puedo dejarte hacer eso – dijo triste.
Volteó para ver que los aldeanos del bar la habían circulado. Sus ojos se abrieron en sorpresa, y luego se entrecerraron.
Empezó a derribar a los hombres uno a uno.
*******
Dio un giro con su espada instintivamente. Sintió que la hundía en la bestia y esta aulló de dolor. Un poderoso miembro salió haciendo un fuerte contacto con un lado de su cabeza, y su mundo se estremeció en la oscuridad. Su cuerpo fue estrellado contra un árbol, golpeándolo con fuerza, una ola de dolor traspasó su cabeza. Sus pensamientos estaban revueltos, pero sus instintos permanecieron agudos. Agitó ciegamente su espada alrededor otra vez, haciendo contacto con el tronco del árbol y la cuerda que mantenía la jaula. Se deslizó hacia el suelo del bosque, mirando hacia la bestia, su vista se desenfocó. Veía doble. Vio múltiples ojos rojos ardientes lanzarse hacia ella.
La jaula aterrizó y cayó sobre las bestias. Aullaron de furia, acometiéndose entre ellas en una desquiciada exhibición de ira.
Xena no podía ver. Escuchaba a la bestia estrellarse salvajemente en la trampa, y empezó a alejarse a rastras. Sentía la cálida sangre deslizarse entre sus ojos, y un fuego danzaba a través de su espalda. Se arrastró a ciegas, en manos y piernas. No sabía en donde estaba, o qué estaba haciendo. Sólo sabía que debía seguir alejándose de los violentos sonidos que hacían eco a través de su cabeza.
*******
La tenían rodeada. Golpeaba con dificultad del puro esfuerzo de la pelea. Ya había derribado a diez hombres, pero había diez más. Los miró con cautela, tal como ellos a ella. Reflexionó su próximo movimiento con mortal calma. Se disponía a girar su báculo en circulo perfecto, pero su concentración se perdió al escuchar los primeros sonidos de lo que sólo pudo haber sido un silencioso golpe en la puerta de la posada. Se quedo inmóvil y prestó atención.
Los hombres yacían de pie, congelados, escuchando, todos los ojos giraron hacia la puerta de madera. Hubo una pausa. El sonido se repitió. Y luego nada.
Gabrielle fue hacia la puerta.
Nadie la detuvo. Estaban demasiado congelados del miedo, cada hombre se imaginaba a la bestia en sus mentes, visiones esbozadas desde lejanas pesadillas infantiles de demonios sin rostro.
Gabrielle cogió la manija de la puerta. Un miedo apretaba su corazón, no por que temía que la bestia saltase de allí, sino por que sabía que era Xena. Abrió la puerta y la guerrera cayó en sus brazos.
Una neblina rojiza opacaba su visión mientras se esforzaba por darle sentido a formas indescifrables y susurros murmurados que giraban alrededor de ella. Temblaba con cada ola de dolor que se esparcía por su cuerpo, atravesantes y feroces. Sintió la calidez del contacto de alguien en su rostro y supo que estaba en casa.
¡Hay sangre en todos lados! – gritó Solston, mirando boquiabierto a la guerrera en el piso, en un charco de sangre.
¿Está muerta?!!! – preguntó otro escudriñando.
¡Cállense! – gritó Nuktimos, empujando desesperadamente a los aldeanos hacia los costados mientras corría para traer a las mujeres.
¡Traigan unas telas! – gritó Gabrielle. Miró al círculo paralizado observándolas a ambas. - ¡ AHORA!! . – gritó.
Nuktimos corrió para conseguirlas. Gabrielle temblaba de miedo y preocupación, pero permaneció enfocada, tal como Xena le había enseñado, cualquier descuido podría ser fatal. Examinó el daño. Tenía una rajadura en una lado de su cabeza, hasta ahora era todo lo que pudo ver. La levantó ligeramente y revisó su espalda. Sus ojos se abrieron terriblemente al contemplar los profundos cortes que le habían destrozado hasta la túnica de cuero, mellada por completo, sin duda alguna la marca de garras de algo enorme. La recostó con delicadeza.
Salmoneus se corrió hacia ellas, preocupado. Nuktimos regresó y le alcanzó las telas. Salmoneus se arrodilló al otro lado de Xena y se las alcanzó a Gabrielle.
Oh, esto es mi culpa … - dijo sacudiendo su cabeza.
No es culpa de nadie, Salmoneus, concéntrate y ayúdame. – Le rogó Gabrielle. Ella misma estaba desesperada tratando de permanecer fiel a estas palabras.
¡Veo una mordedura en su cuello! – gritó Nuktimos. Señalando hacia abajo. – ¡Allí!.
No, - respondió Salmoneus – eso ya estaba allí cuando salió.
Oh. – respondió Nuktimos. Hubo una silenciosa pausa del grupo mientras todos trataban de resolver este enigma en sus cerebros.
Gabrielle envolvió apretada y cuidadosamente las telas alrededor del pecho de Xena, mientras Salmoneus aplicaba otro trozo de tela en su cabeza. Una vez que estuvo satisfecha de haber controlado el flujo de sangre dio instrucciones a los otros para que le ayuden a mover a la guerrera. La cargaron hasta el cuarto y la recostaron en la cama.
Una pequeña muchedumbre permanecía sin descanso en la puerta del cuarto, incapaz de ayudar, pero insegura de adonde ir o qué hacer. Observaban mientras Gabrielle y Salmoneus se sentaban a ambos lados de la mujer herida. Nuktimos entró, llevando vendajes nuevos y un pote de agua, cerrando abruptamente la puerta en los rostros de los observantes. Se quedaron parados observando a la puerta cerrada por unos segundos más, luego empezaron lentos, uno a uno, a regresar al bar, dirigiéndose hacia sus copas y a la entumecida comodidad que encontraban en ellas.
Salmoneus ayudó a Gabrielle a empezar a limpiar y a preparar las heridas de Xena. Retiraron con cuidado su ropa y la cubrieron con sabanas en donde pudieron para tratar de detener el derrame. Él observaba admirado mientras Gabrielle trabajaba con rapidez y gran habilidad. Cosió la herida de la cabeza con manos expertas, pero tan delicadas en su contacto. Podía ver que estaba desesperada de la preocupación, pero que no dejaba que ninguna de estas emociones le impidiera realizar su trabajo. Voltearon a la guerrera y Salmoneus escuchó un ligero gemido escapar de los labios de Gabrielle, pero luego empezó de inmediato a reparar el daño que las inmensas garras habían dejado como un terrible recordatorio del mortal encuentro.
La guerrera empezó a revolcarse y a gemir suavemente mientras Gabrielle cosía el primero de las cuatro marcas de los cortes, mientras que ella se esforzaba por escapar de aquella fuente de agonía.
Gabrielle le dio instrucciones a Salmoneus de sujetar sus brazos, ella se inclinó hacia adelante, hablándole con palabras tranquilizantes a la guerrera. La besó delicadamente en la mejilla, Salmoneus se sintió de repente muy extraño, como si se estuviera entrometiendo en lo que debería ser un momento privado.
Nuktimos regresó con un tazón de agua fresca y lo colocó en la mesa de noche. Luego retrocedió, inseguro de que hacer consigo mismo. La culpa y el temor lo consumían. En silencio maldecía la noche en que la guerrera había entrado al pueblo. Nunca quiso que nada de esto pasara. Oraba callado por que se recuperara, pero una profunda parte de él, una que no reconocía como suya, deseaba que muriese y terminar así esta empresa de matanza sobre la bestia, que era …
Gabrielle terminó de cocer la última de las heridas, sentándose para revisar su trabajo. Los rasgones eran muy dentados, sólo esperó que su trabajo dejase lo mínimo de cicatrices. Su corazón se hallaba con su amor, mientras delineaba las marcas dejadas de los latigazos, los cuales habían empezado a sanar desde sus últimas desventuras en el castillo de Helcus. Sintió temblar a Xena bajo su contacto, su pecho se apretó. Había estado trabajando constantemente en las heridas de Xena, pero ahora había hecho todo lo que pudo, sintió la sensación de haber contenido toda una inundación sobre ella. Sintió las primeras cálidas lágrimas formarse en sus ojos, observando, mientras la primera escapaba, cayendo sobre la espalda de su amante. La cubrió delicadamente con una sabana.
Salmoneus se levantó y le hizo una seña a Nuktimos. Ambos dejaron el cuarto en silencio, pero no debieron molestarse en ello, los pensamientos de Gabrielle eran sólo para Xena ahora, nunca los escuchó salir.
Acariciaba el cabello de Xena mientras las lágrimas se deslizaban por sus mejillas.
Vaya luna de miel que resulto está – murmuraba entre sollozos. – Oh, Xena. – le susurró. – Tenemos que tomar unas verdaderas vacaciones. No aldeas que salvar. No mercenarios con quien pelear, unas verdaderas vacaciones.
Soñaba con un lugar sin penas ni odio, pero no pudo dar con algún rincón en esta tierra que pudiera ser así. Colocó su mano en la mejilla de Xena, la sintió fría. Había perdido tanta sangre. Se levantó para conseguir las hierbas necesarias de su bolso, y una vez más se puso a trabajar.
Ella estaba echada, boca abajo, en un lugar muy suave. No podía abrir sus ojos pero sabía que estaba segura. Escuchaba el sonido del latido de su corazón, como si manejara el pulsar de su cabeza y que este se extendiera a través de su espalda. Tenía frío, un fuego helado la consumía, y una sed terrible la atormentaba. Trato de abrir su boca para hablar, para rogar por un poco de agua, pero no pudo. Entonces sintió una cálida mano en su mejilla y supo que sus ruegos fueron escuchados. Dejo que unas suaves manos levantaran su cabeza ligeramente, y colocara una taza entre sus labios, y ella lo probó. Se esforzó por abrir sus ojos para ver quien estaba allí. Sintió un delicado beso sobre su temblorosa piel y su pregunta fue respondida. Trato de sonreír pero una ola de mareos la cubría y su mundo se desvaneció en colores grises, y finalmente en negro.
CAPÍTULO XVI
Los primeros rayos de luz se posaron en el claro. El sonido de los pasos de Nuktimos en la tierra hacían eco silenciosamente contra los de los arboles mezclándose con los sonidos de las aves que empezaban trabajosamente sus rituales matutinos. Llegó a la cima de una pequeña inclinación del camino y vio las primeras vistas de la jaula. Observó el gran agujero desgarrado a un lado de la construcción y su corazón se alivió levemente. Su felicidad fue muy corta. Se dio cuenta de una figura yaciendo en la tierra y aceleró su paso.
Ella yacía a lo largo del inmenso altar. Observó las furiosas nubes negras que atravesaban el cielo. No había lluvia, pero el viento soplaba desesperado en su diminuta forma, las nubes amenazaban con derramarse y vaciar su furia sobre ella. Estaba desesperada del pánico y temor. Luchaba contra las ataduras que sujetaban sus manos y piernas, desplegadas en las cuatro direcciones del bloque de piedra. Sintió pasos acercarse hacia ella. Tenía miedo, tanto miedo de lo que sucedería. La figura se acercó. Era su padre. Su miedo fue reemplazado por un alivio tan grande. Él le sonrió. Le devolvió su suave mirada, pero entonces su rostro se congeló de horror y comprensión. Lo vio levantar la daga de plata sobre lo alto de su cabeza.
¡NOOOOOO!!!! – El grito de Lucinda perforó el aire matutino.
Luchó desesperadamente contra fuertes brazos que la sujetaban con fuerza, entonces abrió sus ojos para ver a su padre, arrodillado allí mismo. Tenía le necesidad de gritar otra vez, pero vio que el dolor y la tristeza en sus ojos eran tan grandes, que sus labios quedaron cerrados.
*******
Estaba reclinada contra una pared de tablas, sentada en un lecho de heno, ya que no podía estar de pie. No podía observar esto, por que no podía abrir sus ojos, pero se lo imaginaba en su mente mientras respiraba la esencia de esta. Su dolor era inmenso. Escuchaba el paso de la bestia en la jaula. Se incrementaba. Ella seguía su frenético cavilar con sus oídos, atrás y adelante, atrás y adelante. Y entonces escuchó algo diferente. Volteó hacia su compañera, quien estaba a lado de ella, y se esforzó por abrir sus ojos para advertirle. No podía. Entonces unas manos delicadas tocaron su rostro y sintió que estas abrían sus ojos por ella. Una luz cegadora atravesó su cerebro e instintivamente retrocedió en un vano intento por escapar.
Gabrielle se inclinó más para examinar las pupilas de Xena. Suspiró algo aliviada. No estaban tan vagas como la noche anterior. Sintió que Xena se encogía ante su contacto, cerrando sus ojos con rapidez.
Escuchó que el cavilar se incrementaba rápido, una furia salvaje se formaba en sus desquiciados pasos. Ella luchaba por escuchar lo que estaba justo fuera del limite de su audición. Pero no pudo percibir nada. Sin embargo allí estaba otra vez, tan silencioso. Respiraba con el control de un depredador sigiloso.
Gabrielle se sentó al borde de la cama, observando a Xena. Examinó las vendas frescas que había cambiado recién en su espalda. Suspiró. No quería hacer esto pero tenía pocas opciones. Empezó a sacudir los hombros de la guerrera para levantarla otra vez. Gabrielle se detuvo un segundo, ya que creyó haber oído un gritó desvanecido en la distancia. Estaba tan cansada. Prestó atención y no escuchó nada. Volvió con renuencia a molestar el delicado descanso de su guerrera.
********
¡Debemos regresarte a la posada de inmediato! – gritó Nuktimos, cogiendo con fuerza todavía a su hija.
Ella estaba con los ojos abiertos desmesuradamente, tratando de comprender por qué estaba sentada allí, en el camino, y cómo había llegado hasta allí.
¿Qué pasó padre?. – le preguntó.
Has estado caminando en sueños otra vez, eso es todo. Tengo que regresarte a la posada. Todo estará bien
Pero todo no estaba bien. Un pequeño quejido escapó de sus labios. Miró hacia abajo y vio con sorpresa que estaba desnuda, y su cuerpo estaba cubierto con lo que parecía ser arañazos, algunos profundos y abiertos, con sangre seca cubriéndolos. Se preguntaba por esto, y desesperada trató de recordar la última visión de la noche anterior. Estuvo hablando con un hombre extraño. Estuvo muy cansada. ¿Se había recostado para dormir?
¿Padre? – alzó la vista hacia él.
Vamos. – le susurró silencioso. Pero ella no se movía. Vio que estaba ahora traspasándolo con la mirada, él volteó para seguir la línea de aquella contemplación.
No. – susurró ella.
Estaba con la mirada fija a la abertura dentada en un lado de la inmensa jaula establecida firme en el suelo. Sus ojos siguieron el trazo de tierra desordenada que empezaba en la abertura y terminaba a sus pies.
No puede ser. – gimió. Sacudía su cabeza.
¡Lucinda! . – Nuktimos la cogía de los hombros. - tenemos que … - No pudo continuar. Ella tenía su mirada fija en sus ojos ahora, ya no se podía esconder de su atravesante mirada.
Observó los ojos de su padre y confirmó la peor de sus pesadillas. La bestia no estaba fuera de las paredes de la posada, sin nombre y sin rostro. No. Estaba adentro, y tenía un rostro, y llevaba un nombre. Y la bestia era ella. Empezó a retroceder a rastras, alejándose de su padre.
¡Lucinda! – gritó Nuktimos. No podía hacer nada para consolarla. Se alejó más de él, y él bajó su cabeza en vergüenza.
Tú lo sabias padre. – susurró ella. – Tú lo sabias y aún así me dejaste … - se puso de pie, temblando desesperada con un torrente de emociones atravesando su mente. Ya no podía soportar la angustia, volteó hacia el claro, corriendo ciegamente, lejos de su padre y de todos los sentimientos que la inundaban.
*******
No puedo escuchar – murmuraba mientras Gabrielle sacudía sus hombros suavemente.
Gabrielle se agachó y trató de descifrar el susurro de la guerrera. – ¿Que dijiste Xena?.
Deténte. – masculló. – No puedo escuchar su respirar … Ya viene…. Necesito escuchar….
¿Qué está viniendo? . – preguntó Gabrielle. Una pequeña esperanza la invadió los últimos segundos. Xena estaba hablando, o tratando, y esto era una buena señal - ¿Hola?. ¿Qué está viniendo?. Háblame Xena. – la obligó.
¿Gabrielle?. – susurró Xena. Abrió sus ojos. Un agudo dolor atravesó su cabeza. Gimió. Su visión estaba desenfocada, pero iba aclarándose con calma. Estaba boca abajo, su cabeza daba contra la mesa de noche. Luego esta visión fue obstruida cuando un rostro se atravesó en la mirada, con unos familiares ojos verdes.
¡Gracias a los dioses! . – sonrió Gabrielle. – ¿Puedes verme?. Dime ¿Qué puedes ver?.
Puedo ver que no has dormido mucho. – respondió Xena, tratando de sonreír, pero el intento era doloroso.
Bueno, puedo ver que no has perdido tu sentido del humor. – Gabrielle sonreía a la guerrera mientras que una sensación de alivio se esparcida por su corazón. – ¿Duele mucho?. – le preguntó preocupada.
¿Por qué?. ¿Lo besarías para aliviarlo?. – por fin esbozando una sonrisa.
Eso puede arreglarse. – sonrió. Su guerrera estaba de vuelta. Bueno de alguna manera, al menos.
Ayúdame a levantarme, ¿Por favor? – no estaba segura de querer en verdad moverse, pero sabía que tendría que hacerlo tarde o temprano, antes de que todos su músculos se endurecieran en un apretado nudo, y entonces sí sería una agonía. Se dio aliento mentalmente por que sabía que dolería. Ya podía sentir las pulsaciones en su espalda que le advertían que se quedara en paz.
¿Estás segura?
No. Ahora, ayuda a levantarme.
Gabrielle levantó sus hombros con suavidad y vio una marca de dolor atravesar las facciones de la guerrera. Pero no se quejó. La volteó y la ayudó a sentarse. Xena cerró sus ojos y Gabrielle la sintió temblar ligeramente en sus manos. Observaba mientras la guerrera exhalaba con calma y abría sus ojos otra vez y rápidamente los cerraba. Vio el dolor presente, unas pequeñas lágrimas se deslizaron por las mejillas de la guerrera. Gabrielle la besó suavemente en la frente y empezó a acariciar su cabello. Quiso abrazarla con fuerza, pero no se atrevía a tocar su espalda. A cambio, acomodó la cabeza de Xena en su hombro y la dejó descansar en el consuelo de su piel.
Xena estaba mareada, y se sentía levemente enferma, y recibió el suave apoyo del hombro de Gabrielle. Dejó que su cabeza descansara allí por un rato. Sintió que Gabrielle tomaba su mano y la apretaba con firmeza. El contacto de la bardo era tan amoroso que conmovía su corazón, incluso a través del dolor candente. Pudo haberse quedado así por horas, pero su estomago tuvo otras ideas.
Voy a vomitar. – dijo Xena.
Gabrielle se entumeció. – ¿Ahora mismo?. – preguntó tentativamente.
¡Ahora! – advirtió.
¡Hades!. – gritó Gabrielle y corrió rápido a traer algo.
*********
Llegó a la posada, irrumpiendo por la puerta. Estaba de pie, desnuda, en medio de más de veinte clientes, quienes estaban desplomados en varias posiciones de reposo. Ni uno se despertó. Demasiadas copas de cerveza y mucha tensión los había dejado agotados y sonoramente dormidos. Estaba temblando salvajemente, y el frío se había envuelto alrededor de ella como helados brazos. No tenía ningún lugar adonde escapar de ella misma. Corrió a través del pasaje, las lágrimas recorrían su rostro.
*********
¡Mi bota! – gimió Xena. Estaba recuperando su aliento con lentitud.
Um, Lo siento Xena. – respondió Gabrielle quedamente. – Era lo más cercano …
Mi bota. – repetía incrédula. – Mis únicas botas. – añadió.
Mira, - dijo Gabrielle, - Debiste haberme advertido antes …… puedes conseguir otras nuevas …vamos ha…….
Bueno, sólo esto faltaba. – suspiró sacudiendo su cabeza – Mi bota … - repetía. – Me di cuenta de que no cogiste la tuya. – le dijo, con la mirada fija en el suelo, en donde se encontraban las botas.
Hey, espera un momento … - la defensa de Gabrielle fue interrumpida por un sonido en la puerta.
Sus ojos se abrieron por completo. – No te muevas. – le advirtió a Xena. Vio a Xena hacer una mueca con sus ojos en respuesta. La bardo se levantó y fue hacia la puerta. – ¿Quién está allí?.
Por favor … - respondió una voz temblorosa.
Gabrielle la reconoció como la de Lucinda y abrió la puerta. Observó a Lucinda, desnuda, cubierta de cortes y golpes. Su boca se quedó abierta de la impresión, mientras trataba de comprender la imagen frente a sus ojos. Lucinda estalló en una nueva ola de sollozos y cayó en sus brazos. Gabrielle miró a Xena, ojos sorprendidos, ligeramente más que los de la guerrera.
Condujo a Lucinda hasta la silla y la sentó. La mujer estaba en shock por algo. Cogió una sabana de la cama y la envolvió alrededor de su tembloroso cuerpo . . . luego se encargaría de los cortes. Por ahora necesitaba calmarla. Los sollozos de Lucinda cedieron hasta ser pequeños gemidos, mientras se sentaba en silencio, meciéndose de un lado a otro. Tenía la vista fija en el espacio, y murmuraba cosas para si, incoherentemente.
Háblale Gabrielle – le dijo Xena desde la cama.
Gabrielle se arrodilló frente a Lucinda y trató de atraer su atención.
Lucinda, - le hablaba con suavidad. – ¿Qué pasó?. Dime. – le animaba. Nada. Se estiró para acariciar su cabello, pero Lucinda se apartó desesperada.
¡No me toques! – gritó. – Aléjate. ¡No te acerques a mi! . No … Por favor….
Gabrielle se apartó para calmar a la mujer.
Está bien Lucinda. No te voy a lastimar. Soy Gabrielle. Soy tu amiga y estás a salvo ahora. - la veía mientras Lucinda sacudía su cabeza de lado a lado.
No es seguro … no es seguro … - gritó, las lágrimas se deslizaban por su rostro, mientras que nuevos sollozos mecían su cuerpo. – Soy yo … Soy yo …. Soy yo …. – repetía.
Sí, sé que eres tu Lucinda … estás bien … vas a estar muy bien … - le hablaba Gabrielle con suavidad. Volteó hacia Xena. – No sé que es lo que dice. – entonces observó los ojos de Xena y vio conmoción, … y algo más… comprensión.
Es Lucinda. – dijo Xena, mientras su corazón se estremecía en su pecho. – Ella es la bestia.
***********
Nuktimos irrumpió en la posada, tras su hija. Buscó desesperado en los alrededores por alguna señal de ella. Corrió tras el bar y retiró la pequeña daga escondida de sus telas protectoras y luego se dirigió al pasadizo, hacia donde sabía que ella estaría.
Entró bruscamente por la puerta, al cuarto de Xena y Gabrielle, sin tocar. Poco tiempo tuvo la bardo para fijarse, antes de que él corriera hacia ella y la hiciera a un lado. Se colocó entre su hija y ellas, sosteniendo la daga como advertencia. Su mano estaba temblando desesperadamente.
¡No la mates!!. – gritó, su respiración venia en jadeos.
Tranquilízate. – dijo Xena, tratando de no poner en más ansiedad al padre. Maldecía su incapacidad para poder moverse en ese momento. – Nadie va a matar a nadie. Ahora, tan sólo baja la daga y hablemos acerca de esto. - No se estaba calmando. – Por favor. Como puedes ver, difícilmente soy una amenaza ahora.
Nuktimos observó cauteloso a Xena. Estaba apoyada en la cama con una mano, la otra sostenía una sabana que cubría su desnudez, una venda estaba envuelta alrededor de su cabeza, su rostro mortalmente pálido y con oscuros círculos bajo sus ojos, mostraban compasión mezclada con un cansado desgaste. Creyó en ella. Se relajó apenas, entonces sintió el delicado toque de la mano de su hija en su espalda y la lucha lo abandonó. La daga cayó de sus manos, él se sumergió en el piso.
Lo siento tanto. Nunca quise que nadie saliese lastimado … Nunca quise… – cubrió su rostro con sus manos y lloró silenciosamente.
Gabrielle estaba inmóvil en el piso mientras dejaba que los sucesos de los últimos momentos se posaran. Alzó la vista lentamente hacia Lucinda y su corazón se partió por ella. Vio una terrible pena allí y quiso consolarla, pero no se atrevió a moverse en temor de que Nuktimos se exaltara otra vez. Observaba mientras Lucinda acariciaba la cabeza de su padre, tratando de apaciguar su angustiado corazón.
Xena estaba escudriñando la daga que Nuktimos había dejado caer en el piso. Era de plata. Meditó acerca de esto.
Nadie habló por mucho tiempo. Finalmente fue Lucinda quien rompió el silencio. Miró a Xena con terrible tristeza.
Debes matarme. – declaró – Y debes hacerlo antes de que salga la luna.
Su padre se puso de pie en un salto – ¡No!. – gritó. Envolvió sus manos con fuerza alrededor de su hija.. – No … Por favor…… No…
Nadie va a matar a nadie. – advirtió Xena.- ¿Está claro?. – preguntó a todos. Miró a los ojos a Nuktimos. – Ahora, por que no nos dices la verdad. No hay tiempo que perder. Y estoy demasiado cansada para aplicarte los puntos de presión.. – Ninguna información salía como respuesta. Suspiró.- Empecemos con esa bonita daga de plata en el suelo, ¿sí?. Por favor Nuktimos.
Finalmente habló. Miraba a través de la ventana. No podía enfrentar los ojos de nadie ahora, en especial los de su hija.
Ha sido traspasada de primogénito a primogénito por varias generaciones en mi familia. – suspiró. – me fue entregada por mi padre, tal como a él le fue entregada por el suyo. Nunca presté mucha atención a leyenda que le acompañaba. Siempre pensé que eran viejas supersticiones, pero prometí guardarla, y entregarla a mi hijo, tal como fue entregada a mí. – explicó. Respiró intensamente y continuó. – pero entonces mi esposa murió, y nunca tuve un hijo, sólo estuvo Lucinda, y nunca reflexioné mucho al respecto en realidad. Eso fue hasta que la maldición llegó a nuestra aldea, hace unos meses atrás.
¿De dónde proviene la daga?. – preguntó Gabrielle. Estaba fascinada, a pesar de la situación, y en silencio se reprendió.
Se dice que fue la daga del rey Lycaon. La usó para sacrificar a su hijo en el altar. La leyenda dice que Zeus, enfurecido con este derramamiento de sangre inocente, lo convirtió en lobo, maldiciéndolo a vagar por las tierras por un periodo de nueve años. Si no probaba carne humana se le devolvería su forma humana. Como castigo adicional, Zeus lanzó rayos sobre sus otros hijos, perdonando sólo al más joven. Él debería tomar la daga y guardarla como un recordatorio de las maldades de su padre y la maldición recaería sobre la familia. Su nombre era Nuktimos. Y yo soy de su línea de sangre.
Y la plata es el único metal que puede matar a la bestia. – dijo Xena, más para ella que para el resto.. – Lo siento. – dijo, pensando repentinamente en Lucinda.
Lucinda escuchaba esto con temor creciente. – Debes matarme Xena y terminar el círculo. – gritó.
No Lucinda. – gritó Gabrielle. – Podemos ir al templo. Quizás podemos rezar a Zeus para que quite la maldición. Debe haber algo que podamos hacer. Los dioses pueden ser influidos. Pregúntale a Xena. ¿No es así Xena?. ¿Xena?. – Gabrielle la miró con ojos suplicantes.
Gabrielle tiene razón. – dijo la guerrera.
¿Así? – dijo la bardo con ligera sorpresa. – ¡Así!. – dijo con más convicción.
No, no podemos arriesgarnos. La luna estará llena esta noche. No puedo. No. No permitiré que arriesguen sus vidas por mí. No hay garantía siquiera de que escuche, o de que sea convocado a tiempo. Es demasiado tarde. Ya he hecho cosas terribles … - su voz se desvaneció hasta llegar a ser un susurró. Miró a Xena. – Lo lamento tanto.
Está bien Lucinda. No sabias lo que estabas haciendo. No es tu culpa. Tienes que creer eso. Pero tienes razón, no hay suficiente tiempo.
¡Xena!! – gritó Gabrielle. – ¡No puedes matar a Lucinda!!!.
Nuktimos se aferró a su hija con fuerza.
No puedes pensar eso…
Xena sacudió su cabeza. – No, no voy a matar a Lucinda. ¿Han entendido todos eso?. – gruñó. Por Hades, su cabeza le dolía. Suspiró. Esto la estaba agotando más rápido de lo que pensaba. – Nos queda una noche. Es simple. Ponemos a Lucinda en la jaula y vigilamos hasta que salga el sol. Luego vamos a la montaña y yo me encargaré de Zeus.
Hay un problema. – dijo Lucinda, - Ya me escapado de esa jaula.
Oh – dijo Xena.
Hubo una pausa embarazosa.
Finalmente Xena habló otra vez. – Está bien. Fue mi error. Simplemente no estaba preparada lo suficiente y no medí tus fuerzas. Eso es bastante obvio. – dijo entre dientes mientras otra ola de dolor le atravesaba. Se esforzó por rehacer los acontecimientos de la noche pasada, pero no pudo recordar más allá de la pelea con Salmoneus acerca de la vajilla de plata, corrección…, falsa vajilla de plata. Sus pensamientos regresaron a la situación actual. – La reforzaremos con acero. Nuktimos, ¿Cuánto metal puedes conseguir en las próximas horas?.
Tanto como se necesite. – Respondió Nuktimos, parándose de un salto, con un nuevo sentido de vida.
Muy bien. ¿Tienes algún granero que podamos usar?. ¿Algo lejos de otras casas?.
Sí, podemos usar el granero de Solston. No se molestaría..
Muy bien. Has que los aldeanos lleven la jaula allá. Quiero que refuercen la estructura completa con metal. No tenemos mucho tiempo. Quiero todo en su lugar antes del ocaso. Y esta vez estaremos listos.
Sonaba segura de si misma, pero algo le fastidiaba desde los resquicios de su mente. Luchó por asirse un poco de eso, pero cada vez que lo intentaba sacarlo se deslizaba hacia la oscuridad. Suspiró. Necesitaba descansar. Más de un día le alcanzaría.
Gabrielle - dijo al fin. – limpia las heridas de Lucinda. Voy a descansar aquí sólo un rato. – dijo quedamente, con los ojos cerrados, mientras las últimas palabras requirieron demasiado esfuerzo. Se recostó con cautela en la cama y cayó de inmediato en un profundo sueño.
CAPÍTULO XVII
Lo siento Gabrielle. – susurró Lucinda. Estaba sentada en la silla a lado de la hoguera, envuelta en una sabana mientras Gabrielle se sentaba junto a ella para atender sus cortaduras. – Lo lamento … tanto.
Lucinda, deja de disculparte. Nada de esto es culpa tuya. – decía Gabrielle calmada, tratando de aliviar a la turbada mujer. Su corazón estaba con la joven de tristes ojos verdes, con lágrimas y dolor. La bardo trató de permanecer alegre. – Mira, mañana vamos al templo de Zeus. Xena arreglará todo, siempre lo hace. Muy pronto todo esto sólo será un mal recuerdo.
Maté a personas Gabrielle. Los destrocé en pedazos con mis propias manos. – Lucinda gemía en silencio, cuidando de no levantar la voz, en caso de que perturbe a la guerrera que yacía durmiendo en la cama.
Lo sé. – respondió Gabrielle.
No sé que decir que pueda hacerte sentir mejor, Lucinda. – la bardo suspiró. – Siempre he vivido con la creencia de que no podría matar a nadie. Pero cuando Perdicas murió pense que podría. Pero al final no pude. Pero esa fue una decisión consciente. La tuya no.
¿Quién es Perdicas?. – preguntó Lucinda. – ¿Algún familiar?
No en realidad, él era mi esposo. – respondió Gabrielle.
¿Esposo?. – dijo Lucinda con sorpresa. – ¿Estuviste casada?.
Sólo por un día. Callisto lo mató. Quería destruir el alma de Xena, así que mató a Perdicas, para volverme una asesina y así vengar su muerte. – explicó.
Matar a Perdicas para destruir el alma de Xena. – Lucinda repetía con la esperanza de encontrarle sentido. Se dio por vencida. – Estoy confundida.
Yo también. – respondió Gabrielle silenciosa. – Pero ya no lo estoy. – Volteó para ver a la guerrera durmiente en la cama y suspiró. Volvió la vista a Lucinda, sacudiendo su cabeza. – Sabes, es chistoso.
¿Qué?
Cuando tu peor enemigo te conoce mejor que tu misma. – suspiró Gabrielle.
¿Y que pasa si tu peor enemigo está dentro de ti?.
¿Dentro de ti?. – dijo Gabrielle – Oh, Lucinda, Lo siento. Sólo he estado pensando en mi misma y me olvidé por completo acerca … lo siento.
Está bien. – suspiró Lucinda. – al menos tu peor enemigo es algo tangible, algo que puedes atacar.
En realidad Lucinda. Creo que algunas veces nosotros somos nuestros propios enemigos. – suspiró la bardo. – Nunca debí haberme casado con Perdicas. Debí haber seguido mi corazón y no mi cabeza. Pero si tan sólo Xena hubiese dicho algo … cualquier cosa … pero ella tan sólo me dio sus bendiciones. ¡Por los dioses, es irritante! – gritó Gabrielle.
¿Irritante cómo?
Sabes que la amo tanto que no puedo pensar cuerdamente a veces, pero la mitad del tiempo quisiera matarla, es tan desquiziante. – gritó la bardo, agitando su puño en el aire. – siempre está erigiendo ese tonto muro de guerrera cada vez que te acercas demasiado a su verdadero corazón. No te permite entrar. Prácticamente tienes que samaquearla para hacerla hablar sobre sus sentimientos. Es tan difícil comunicarse de esa manera. – suspiró Gabrielle. – Por su puesto, yo no soy mejor. Uno pensaría que así sería, como soy una bardo, y se supone que soy buena con las palabras.
Las palabras del corazón nunca son fáciles de decir. – suspiró Lucinda.
Eso es verdad Lucinda.- dijo Gabrielle, mirando en los tristes ojos verdes de la mujer. – Pero son nuestros corazones lo que nos hace lo que somos, y yo conozco tu corazón Lucinda, es bueno, no importa lo haya pasado. puedo ver que es puro, tal como el corazón de Xena, a pesar de lo que piense. Tienes que creer en eso.
Desearía poder hacerlo Gabrielle. – dijo quedamente.- desearía poder.
Xena yacía en la cama, con los ojos cerrados, escuchando a las dos mujeres hablar, regañándose en silencio por espiar lo que debió ser una conversación privada. Pero no tenía muchas opciones, su cabeza pulsaba con suficiente dolor como para sacarla del profundo sueño. Suspiró por dentro. ¿Por qué no habló cuando se casó con Perdicas?. Debió hacerlo. Lo quiso hacer desesperadamente, pero quería que Gabrielle fuese feliz, sin embargo ahora sabía que actuó mal al no hacerlo. Y como resultado Perdicas murió y casi destruye a la bardo y a ella misma. El escucharla conversar con una extraña, por menos de dos minutos, le estaba dando una increíble percepción de ella, que el viajar juntas por dos años. Tonto muro de guerrera …… ¿Acaso dijo tonto?. Decidió que a partir de entonces haría un esfuerzo concentrado en comunicar sus sentimientos mejor.
¿Gabrielle? – susurró.
Lucinda y Gabrielle se inmovilizaron. Gabrielle pasó difícilmente saliva.
¡Xena!. ¡Estás despierta!.
Gabrielle miró a Lucinda con un ligero terror. Por los dioses, cuanto tiempo habrá estado escuchando … dioses, dioses, dioses.
¿Gabrielle?. ¿En dónde están tus botas?. – preguntó Xena.
Hades, Hades, Hades, ha estado escuchando todo este tiempo … gritó Gabrielle por dentro.
¿Qué?. Oh, están en el piso, a lado de la cama, justo en donde las tuyas …… ¡HEY!!!. – Gabrielle dio un salto ante la repentina comprensión. – ¡ESPERA! ¿XENA??!!!. ¡NO TE ATREVAS! ¡XENA!!!!!!
*********
Así que, ¿Por qué todo el misterio Nuktimos?. – Preguntó Solston.
Estaba sentado en un fardo de heno en su establo, su cantimplora de vino permanecía ahora junto a su mano. Tomó otro trago mientras observaba a los hombres colocar las barras de metal en el exterior de la jaula, como refuerzos. Nuktimos también observaba.
Por ordenes de la guerrera. – dijo Nuktimos sin mas.
Bueno, ahora es ella la que nos ordena … ¡no es eso precioso!.
¡Cierra la boca Solston!. – gritó Nuktimos.
¡Hey! – se encogió Solston visiblemente.- ¿Qué te pasa?.
Nuktimos dio un giro y cogió a Solston por el cuello. Sus ojos entrecerrados por la ira.
¡Qué te pasa a ti?!?!
Todos los hombres dejaron de trabajar en la jaula y voltearon para ver el enfrentamiento, que sin razón aparente se estaba desarrollando frente a sus ojos. Nadie se movió.
Solston pasó saliva y dejó caer su cantimplora de vino. Nuktimos lo cogía con fuerza de la camisa. Temía que lo siguiente sería recibir un buen puño.
…shhhiento mucho Nuktimos … no fue mi intención … lo shiento Nuktimos…
Nuktimos deseó matarlo justo en el acto, su furia era inmensa. Bajó la vista hasta el tembloroso hombre, que, a pesar de todo, aún era su amigo. Soltó su camisa y retrocedió. Solston no era la razón por la que tal furia lo atravesase, era él mismo quien se aborrecía en ese instante. Observó a Solston, mientras este se tambaleaba, deteniéndose para recoger su cantimplora, y dirigiéndose hacia la lejana columna del establo, lejos de los candentes ojos de Nuktimos.
Con la amenaza de una pelea desaparecida los hombres regresaron a su trabajo sobre la jaula. La estaban reforzando tan bien que ni siquiera Zeus mismo podría liberarse. Nadie quería esforzarse en pensar acerca de lo que pudiera ocurrir esa noche allí, a veces era mejor no saber. Sólo sabían una cosa, y era de que ellos planearían estar tan lejos de ese establo como sea humanamente posible.
********
Hey, - le susurró Gabrielle a Xena. La guerrera yacía allí, con los ojos cerrados desde la última media hora. Le colocó una tela fresca en su frente y acariciaba su cabello para aliviarla. – ¿Que tal si utilizamos un poco más de ese polvo blanco, te quitara el dolor, sí?.
La guerrera sacudió su cabeza. – Ya fue demasiado …… no puedo tomar más. – le susurró en respuesta.
Dudaba si eso importase en esos momentos, aunque se vaciara el pote entero. El único alivio que había encontrado era el suave contacto de las manos de la bardo. Eso tendría que bastar.
Gabrielle la observó. Cambiaría de lugar con ella si pudiera. – ¿Que tal un poco de agua?. – la vio sacudir su cabeza y hacer una mueca. –Xena, tienes que beber algo. ¿Té?. ¿Caldo?. ¿Oporto?.
Sí, oporto, que graciosa.
Por supuesto que la bardo tenía razón. Estaba deshidratada y necesitaba reemplazar la pérdida de fluidos si iba a ser de alguna ayuda esta noche. Tenía que vigilar la jaula, sin importar en que condiciones se encuentre. Las cosas no estaban saliendo de acuerdo al plan, ni siquiera cercanamente. Su estómago se revolvía como una serpiente acompasándose con el tambor en su cabeza mientras examinaba que podría ser capaz de tomar. Tiró los dados.
Té. – dijo por fin la guerrera.
Gabrielle la miró y le sonrió. – Té será para mi amorosa dama. Una buena elección, debo añadir.
Xena abrió sus ojos con dificultad. – Y lo quiero servido sólo con la mejor de las vajillas de plata.
Pero por supuesto, Oh, Gran Princesa Guerrera. – le dio una reverencia mientras hacia gestos con su mano.
Xena abrió sus ojos al fin, escapándosele una sonrisa. Entonces examinó el cuarto. – ¿En donde está Lucinda?.
Oh, se fue a descansar. – respondió Gabrielle, sintiendo de repente una preocupación esparcirse por ella. – ¿Por que?.
Xena trató de levantarse pero no pudo. Cogió el brazo de la bardo.
¡No debiste haberla perdido de vista Gabrielle!
¿Qué quieres decir?. – Gabrielle preguntó, pero temió saber la respuesta ya – No pensaras que ella …
¡Encuéntrala! – gritó Xena.
¡Está bien! – se levantó rápidamente de la cama. – ¡Quédate aquí, regreso enseguida!.
La guerrera hubiera sacudido su cabeza, pero era demasiado doloroso, como ya lo había averiguado temprano. Odiaba sentirse tan inútil. Sólo podía rogar por que estuviera exagerando, y que Lucinda estuviese tranquila durmiendo, a diferencia de ella en estos momentos. Se echó allí, en silencio, maldiciéndose por haber sido tan estúpida como para haberse dejado herir. De cualquier modo, ¿Cómo fue herida?. Esto la había molestado toda la mañana. Podía entresacar ahora momentos y pedazos de la confrontación, mientras regresaban a ella con languidez. Estuvo parada por el árbol, recordaba eso bien. La sintió acercarse …… Hades, no podía recordar más allá de eso. Sus pensamientos regresaron a Lucinda otra vez, y a la daga de plata.
*******
¿Qué estas buscando?, - le preguntó Salmoneus a Lucinda, quien hurgaba tras el contador.
Dio un giro ante el sonido de su voz.
¡Salmoneus! – gritó. – ¡Me asustaste!. ¿Qué haces aquí?.
Esa es una muy buena pregunta. Pero, ya que estoy atorado aquí, tenía la esperanza de que me fueras a servir más de esos deliciosos panecillos que he llegado a apreciar.
Oh, sí … lo siento. He estado ocupada tratando de encontrar … - fue interrumpida cuando Gabrielle entró desde el pasadizo.
¿Encontrar qué Lucinda?. - Preguntó la bardo.
Lucinda alzó la vista y Salmoneus giró hacia ella también.
Galletas. – respondió Lucinda.
¿Galletas?. – dijo Salmoneus ligeramente sorprendido. – querrás decir panecillos, ¿no es así?.
Gabrielle se acercó al bar y miró a Lucinda en los ojos. Se paró a junto ella, casi pecho a pecho, en una sutil batalla.
¿Qué tipo de galleta Lucinda?. ¿Una de plata?.
Quizás. – respondió inclinándose hacia la bardo, aceptando el reto.
Galletas. – repetía Salmoneus. – Panecillos, galletas. Hmmmm. Buenos bocadillos, ¡Galletas!. – se repetía con entusiasmo
Mira, - advirtió la bardo. – No vas a resolver nada al utilizar esa "galleta" en ti.
¡Galletas Ritzy!. – dijo Salmoneus en voz alta. – No, espera, no exactamente …
¡Creo que resolvería muchas cosas!. – respondió Lucinda.
No resolverá nada. Así que ni siquiera lo pienses. – advirtió Gabrielle. Ahora usaba las frases de Xena, con la esperanza de que suenen más impresionantes.
Ritzy galletas. Hmmm. Galletas Ritzy…. Creo que eso serviría. – decía Salmoneus.
Te ataré si tengo que hacerlo. – advirtió. Trataba, con esfuerzo, de sonar amenazadora, pero no le funcionaba. Sólo se estaba distanciando más de Lucinda. ¿Cómo hace Xena esto?. Cambió de táctica. –Lucinda, por favor, no podría vivir conmigo misma si dejó que hagas tal cosa. No debes abandonar la esperanza. – gritó.
Lucinda empezaba a llorar. – No sé, Yo, sólo …
Gabrielle estalló en lágrimas y envolvió sus brazos alrededor de Lucinda.
Bueno el nombre no es tan malo Gabrielle. – Gritó Salmoneus.
No llores Gabrielle. - decía Lucinda mientras abrazaba a al bardo. – Por favor no llores. Prometo no hacer nada precipitado, por favor…
Gabrielle apaciguó su llanto y miró a Lucinda. – ¿Prométemelo?.- le pidió.
Lucinda asintió.
¿Bueno, que piensan?. – preguntó Salmoneus.
Ambas mujeres voltearon hacia él – ¿Acerca de qué?
Acerca de las galletas. ¡Galletas Ritzy!. – respondió Salmoneus frustrado. – ¿Acaso nadie me escucha?!!!.
Nunca funcionará. – dijeron al mismo tiempo, se miraron entonces, estallando en risas y lágrimas. Gabrielle sonrió a Lucinda y la abrazó con fuerza, en señal de amistad. Lucinda le regresó el abrazo y permanecieron así un buen rato.
Salmoneus se levantó de su banca y se encaminó hacia la puerta. – Visionarias estrechas, vamos…. Oh, no sé por qué me tomo la molestia. Galletas Ritzy … hmmmm …. A mi me suena bien, oh bueno, - suspiró.
********
Yacía en el establo, escuchando el respirar de la bestia. Era fuerte y hacia eco en su cabeza, como el latido de su propio corazón. Se esforzó por localizar la dirección del sonido, después de un rato lo logró. Venía desde el desván. Trató de abrir sus ojos pero no pudo. Trató de hablar, para advertirle a Gabrielle, pero no pudo mover sus labios, ni encontrar su voz. Trató de moverse, pero era tan inmenso el peso sobre ella que no pudo. Escuchó aquel respirar, más alto ahora, y supo de su inminente ataque. Se preparó para el descenso de la bestia. Finalmente abrió sus ojos para enfrentar lo que venía tan sólo por ella…
Xena despertó de un sobresalto, sus ojos estaban abiertos por completo. Su cuerpo se asustó ligeramente ante la visión del cuerpo de Gabrielle durmiendo sobre ella. Observó el rostro de una bardo roncando. Exhaló con lentitud mientras su corazón empezaba a calmarse. Rió entre dientes al tiempo que escuchaba el profundo respirar de su amante sobre su pecho. Se acomodó un poco, permitiéndose liberar uno de sus brazos capturados, y envolviéndose con fuerza alrededor de ella. Debe de estar exhausta, pensó, al igual que ella. Observó por la ventana, y notó con ligera pesadumbre que el sol ya estaba bajo en el horizonte, y era hora de moverse. No había forma de que se permitiese no estar preparada esta noche, la vida de Lucinda, y la suya propia dependían de eso. Hizo girar con cuidado a Gabrielle, como para no despertarla, y se sentó. Uoooh. Muy rápido. Su mundo se oscureció unos segundos mientras se balanceaba levemente, pero luego su visión regresó por fin y respiró profundamente. Oh si, pensó, esta va ser una larga noche. El pulsar doloroso no estaba tan mal como antes, pero su cabeza era un formidable oponente hasta el momento. Se dio un poco de aliento y puso sus pies en el suelo, preparándose para el grande, la parada. Toquen los tambores por favor, dijo a nadie en particular. Dio un respiro intenso y empezó lentamente a levantarse, como si fuera su primera vez. Ya estaba allí, sí, firme, ya casi llegamos. Apretó sus ojos con fuerza para disipar la oscuridad y el desenfoque que nublaba su visión, y los abrió otra vez, a tientas. Está bien, ya casi llegamos. Xena por último forzó una sonrisa ante esta pequeña victoria y dio su primer paso. Se desmoronó de inmediato al piso, dándose un aparatoso porrazo al caer.
¡Hades!
Gabrielle se levantó de un salto por el ruido y miró alrededor desesperada. ¿En dónde estaba Xena?. ¡Se fue!. ¿Estaba allá afuera?. ¿En algún lugar?, ¿En dónde estaba?. Por los dioses, quizás esté … Gabrielle miró por el borde de la cama.
¿Xena?. Que haces allá abajo?.
Perdí un arete. ¡Qué parece que estoy haciendo! – gruñó.
Gabrielle se levantó rápido para ayudar a Xena. - ¡Que eso te sirva por no pedir mi ayuda!. – le reprendió Gabrielle.
Ya hace tiempo que me di por vencida al tratar de despertarte. – le replicaba mientras Gabrielle la cogía y ayudaba ponerse de pie.
Gabrielle la sostuvo alrededor de la cintura, con un abrazo apretado. – quieres decir que eres demasiado orgullosa para pedir mi ayuda. – respondió.
La bardo tenía razón, por su puesto, lo que irritó aún más a la guerrera. Pero no había tiempo para orgullos egoístas esta noche.
Dio un suspiro.
Está bien. Necesito tu ayuda para vestirme.
Gabrielle no pudo creer lo que escuchaba ya que sabía que le tomaría mucho a Xena el admitir tal cosa.
Será un honor – hizo una ligera venia. – Ya antes te he quitado la ropa, pero nunca llegue a ponértela otra vez. Esto puede ser divertido.
Gabrielle. – advirtió Xena.
Está bien. – suspiró Gabrielle. – vamos a sentarte y empecemos. - tratando de contener su entusiasmo ante el hecho de permitírsele estar en este pequeño ritual. – Sabes, nunca he vestido a alguien, aparte de mi muñeca en realidad, en Potedia, era tan linda, tenía tres vestidos para ella, uno era rosado…
¡Gabrielle! – masculló Xena su última advertencia.
Por supuesto uno era de cuero, tu sabes, para cosas como de batallas. También tenía una espada, - jugaba Gabrielle.
En verdad, ¿Cuál era su nombre?. – preguntó algo interesada mientras levantaba sus brazos para permitirle a Gabrielle deslizar el traje sobre su cabeza.
¡Xena por supuesto!.
Mentirosa
En realidad era Princesa Gabrielle y nunca tuvo una espada. – admitió.
Xena levantó un poco una ceja. – Bueno, ciertamente nadie puede culparte por no pensar como los demás.
Gabrielle tenía esa mirada de lejanía en sus ojos. – Sí, siempre sabía que sería algo más que una aldeana de Potedia. Así es como supe, cuando salvaste nuestra aldea, que tenía que seguirte. Probablemente me enamore de ti a primera vista, Tú, derribando a esos hombres con nada más que un palo y sin armas. Lucias tan confiada, orgullosa, hermosa……
Gabrielle, el peto.
¿Ah?. Oh, sí - Gabrielle retorno al presente, observando a su hermosa amante. – Y terca, exigente, cerrada….
¡Hey! – gritó Xena
Y con el más hermoso de los corazones. – Gabrielle terminó y se inclinó, besándola en los labios antes de que proteste más.
Xena devolvió el beso con otro delicado, y luego abrazó a la bardo.. Una oscuridad se posó en su corazón en los últimos momentos al ver el sol caer en el horizonte, otra vez tenía ese mal presagio, y no había nada que pudiera hacer para evitarlo.
Hey, - se separó Gabrielle para mirar a la guerrera a los ojos. – ¿Qué ocurre?.
Nada. Sólo ven aquí. – dijo, mientras la jalaba con fuerza hacia su pecho de nuevo.
Tan sólo estoy abrazándote por última vez, antes de que salga afuera.
No te preocupes, yo voy contigo.
Xena se tensó. – No lo vas hacer.
Xena, yo voy contigo, así que no te molestes, además, Lucinda me necesita – le dijo mirándola a los ojos. – Y tú también me necesitas. Apenas puedes caminar, y esta discusión se acabó.
Xena estaba sin habla. Sabía que lo que decía Gabrielle era verdad, y sería más seguro, después de todo, sólo tenía que vigilar la jaula, ¿Qué tan difícil puede ser?, en verdad. Pero, ¿Por qué entonces sus entrañas le decían lo contrario?. ¿Quizás esta nueva cercanía entre ellas está nublando su juicio?. ¿O quizás lo estaba elevando?. De cualquier modo, tenía pocas opciones al respecto. La única amiga de Lucinda estaba aquí, y necesitaría una esta noche.
Entonces ayúdame a levantarme. Necesitaremos a Argo para que me lleve al establo.
Gabrielle asintió y ayudó a la guerrera a pararse. Entonces miró los pies de Xena.
Oh, nos olvidamos de las botas.
Olvídate de las botas. Hoy vamos descalzas.
Se sonrieron ambas y se dirigieron a la puerta, brazo en brazo, hacia la oscuridad de la noche para enfrentar cualquier maldad que yaciera afuera, juntas.
VOLVER PAGINA PRINCIPAL